
Meat dancer
Caníbal narcisista.
«La carne es lo que nos mantiene enteros porque somos criaturas de energía pura»
Mark Ryden
Supongamos que Hieronymus Bosch, (El Bosco) junto con la estética Kitsch tienen un hijo.
El resultado de ese hipotético sinsentido sería Mark Ryden y el surrealismo pop.
La sangre, la tristeza y el sufrimiento representados con caras lagrimosas pero siempre con un toque de humor ácido y algo depravado; personajes famosos del mundo de la farándula, la música y el cine; pero sobre todo, la carne, símbolo de la vulnerabilidad y la fragilidad humana, la lucha contra los instintos, la conexión con lo físico y lo terrenal, y su inevitable tendencia a dichos impulsos, que contrastan con la armonía del espíritu, son algunos de los temas explicitados por Ryden en sus obras.
La carne es efímera y está sujeta al envejecimiento y a la muerte, lo que la convierte en un símbolo de la finitud humana.
Esta «oda al veganismo» (lease con ironía), Ryden la trabaja en esta obra mezclando delicadeza y crudeza de manera ambivalente. Aborda la contradicción entre la carne que nos alimenta y al mismo tiempo se desgasta y pudre a través del tiempo.
Una bella bailarina de ojos grandes y tez pálida, suspendida en el aire, posición en pointe, con los brazos y manos estirados en alto, sujeta un trozo de carne enorme mientras la sangre le chorrea por ambas extremidades. Tiene el pelo recogido pero sobresalen cuatro finas trenzas, lleva una diadema de cintas en tonos negro y burdeos, a juego con el vestido. La diadema se completa con una flor en la sien. El vestido, de cintura entallada y tono oscuro, con escote palabra de honor y falda globo, también lleva cintas y lazos en tonos burdeos. Las zapatillas de ballet, atadas al empeine y al tobillo, también son de color negro.
La imagen gore de la carne chorreante contrasta con el idílico paisaje campestre del fondo. Un precioso jardín con un pequeño riachuelo y su correspondiente puente de piedra, cisnes, flores y árboles; y una casa al fondo.
En el universo lowbrow de Mark Ryden no solo las pinturas son las protagonistas, de igual manera lo son los marcos que las acompañan, embelleciendo aún más las obras.
Cualquiera al ver a esta elegante y flotante joven danzante la imaginaría acompañada de piezas del mismísimo Tchaikovsky o Sergei Prokofiev; pero conociendo a Ryden y contemplando la composición del cuadro, la pieza musical que nos podría venir a la mente sería más bien Narcissistic Cannibal de Korn.
Así pues, nuestra aparentemente joven narcisista caníbal mira al espectador con dulzura, pero al mismo tiempo, con frialdad.
Montándonos nuestra propia peli, o mejor dicho, obra tragicómica de ballet, la enigmática bailarina se ha fijado en un apuesto bufón que la confunde con sus comportamientos. El apuesto y escurridizo bufón se transforma en cisne para despistarla y así campar a sus anchas, pero observándola desde lejos. Ella se escapa triste a la Provenza francesa anhelando un french affaire que no sabe si finalmente ocurrirá:
«Si tardas mucho, mi amor por ti se pudrirá como este trozo de carne» sería la lectura.
El amor que siente la eleva, la separa del suelo, pero el peso de no saber qué pasará y la futilidad del tiempo, son representados por el trozo de res sobre su cabeza y hombros; más allá del deseo o de los instintos primarios reprimidos.
Como bailarina de ballet frustrada que soy, me hubiese encantado formar parte de una reinterpretación absurda de El Lago de los Cisnes con estas características. Con un decorado pintado por Mark Ryden, eso sí.
Qué poco cuesta soñar…
Idas de olla aparte, Ryden siempre deja espacio en su burbuja pop-surrealista para que sus cuadros sean escaparates delirantes donde la apreciación de cada obra es completamente libre, y ahí es donde reside, en términos generales, la magia del arte.
Mark Ryden