
Foto: Manuel Cernadas
(retocada)
Monumento a Curros Enríquez
Un mitin hecho en piedra.
Esta es una de las esculturas más importantes del arte gallego. Costó 60.000 pesetas de la época y fue inaugurada en 1934 con un discurso del mismísimo presidente de la república, Alcalá-Zamora. Esto son palabras mayores. Pero si además os digo que se diseñó como una tumba, tenemos los ingredientes suficientes para hablar de una obra icónica. En 1908 falleció Curros Enríquez, uno de los padres del resurgir de la literatura gallega (Rexurdimento), por lo que se diseñó una tumba que estuviese a su altura y fuera todo un alegato político. Al final no se enterró allí, pero en la parte de atrás se puede ver el nicho vacío. La cosa iba en serio.
Esta mole pétrea está cargada de simbolismo y alegorías. Sobre un pedestal de piedra rústica se levanta la figura de Curros, serena y reflexiva como autoridad cultural que era. Porta un arpa, símbolo de la lírica gallega. Por encima sobresale una mujer con los brazos en alto, es la Mater Gallaecia, la personificación de Galicia, dirigiendo el conjunto con la misma autoridad que la Victoria de Samotracia en la proa de un barco. En los laterales podemos ver altorrelieves que representan al pueblo gallego, trabajador y humilde, con una factura que nos recuerda a Rodin. Volvamos al suelo, ¿os habéis fijado en las extrañas criaturas del pedestal? Son tres monstruos, aplastados por Curros, el pueblo y la propia Galicia al igual que el Apóstol Santiago aplastaba los demonios en el basamento del Pórtico da Gloria. Representan los males que ahogaban a Galicia: caciquismo, injusticia y usura. ¡Tachán! Ya tenemos el mitin. Siguiendo la senda iniciada por Curros, Galicia será por fin liberada de todos sus males.
Más allá del mensaje, la fuerza plástica de Asorey es indudable. Quiso crear un código artístico propio de Galicia —como luego propondrán la generación de Os Renovadores— utilizando el granito y las formas artísticas de mayor fuerza en Galicia: el románico, el barroco y la escultura popular de cruceiros e imaginería. Todo ello llevado a la contemporaneidad, con la potencia y la textura propias del expresionismo de la época. Incluso con líneas cubistas, presentes en los dólmenes traseros. Las obras de Asorey son la perfecta prueba de que es posible fusionar tradición y modernidad.