Pescando almas
La salvación entre los católicos españoles o la protestante República holandesa.
«… Y os haré pescadores de hombres»
Mateo 4: 18,20.
Así habló Jesús de Nazaret a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés para que le siguiesen en su misión salvadora.
No persigue esta obra fines tan elevados porque no fueron motivos teológicos ni evangélicos, sino bélicos y políticos, los que en 1614 inspiraron a su autor, Adriaen van de Venne.
El contexto histórico es la Guerra de Flandes (1568–1648), declarada cuando los Países Bajos, durante el reinado de Felipe II, se sublevaron contra el dominio español.
El trasfondo, las guerras de religión (Reforma y Contrarreforma) que devastando el continente y diezmando su población, dividían y configuraban Europa según la aceptación o el rechazo de la primacía del Papa por parte de los distintos gobernantes.
Así, el pintor representa a los dos bandos como dos multitudes, dos pueblos, separados por un río que es el campo de batalla de una misma Fe, interpretada de forma opuesta por dos idiosincrasias.
En la orilla derecha están los católicos. Los personajes en primer término, con sus deformidades físicas, miradas mezquinas y maneras torpes, simbolizan su inferioridad moral. Un enorme cuerpo eclesiástico, lleno de jerarquías que conllevan avaricias, avanza por un paraje consumido y oscuro, abandonando una ciudad maldita.
Un arcoíris, que hace alusión a la Tregua de los Doce Años (pactada en 1609 y por tanto vigente), une ambos lados del río.
Asentados en la ribera izquierda están los protestantes. Sus portes son ilustres, sus formas dignas. Habitan una tierra fértil y luminosa, donde crecen con vigor árboles frondosos. Aunque en segundo plano aparecen dignatarios como el estatúder (gobernador) Mauricio de Nassau, la mayor parte de sus gentes parecen iguales. No hay un clero que forme una casta; el ambiente es de prosperidad. Son virtuosos. Son superiores.
En medio de ambos, navegan sobre el río varias embarcaciones católicas y protestantes. Los primeros lanzan sus redes para ganar a su rebaño, pero se escoran para salvar los crucifijos y cálices de oro, quedando patente la catadura de sus tripulantes.
Los botes protestantes, por el contrario, infunden seguridad. Manejados por gentes fiables y austeras, sólo buscan el bien de sus semejantes socorriendo a quienes nadan en pos de la Salvación.
Para el fin del conflicto, ya son cientos de miles los muertos: un río repleto de almas que pescar.