Piedad
Con su blanca palidez.
A quien le gusten los artistas adelantados a su tiempo, reconocerán que uno de los más grandes fue Doménikos Theotokópoulos, cuya originalidad pocos han superado en la historia del arte. Muchos piensan que su arte de otro mundo se debía a su misticismo, a su locura, a su astigmatismo… quizás El Greco sólo combinó una genial mezcla de culturas con las que estuvo en contacto (Gracia, Italia, España, de ahí que sea un artista tan universal) y las agitó con un talento y personalidad únicas.
Aunque trabajó casi exclusivamente la temática religiosa, no cabe duda de lo humanas que son su pinturas, en las que las consigue la nada fácil tarea de retratar emociones y los rostros parecen vivos.
Esta «Pietà» es un buen ejemplo. Tres personas sostienen el cuerpo inerte (y expresivamente pálido, otro de los rasgos del autor) de Jesús, y el dolor de sus miradas salta a la vista. Ahí está sufriendo más que nadie en el centro la Virgen María, verdadera protagonista del subgénero de las piedades. María Magdalena y José de Arimatea la ayudan con la carga tanto física como emocional de sostener en los brazos a un hijo muerto.
Como buen manierista, El Greco hace un uso dramático de las luces, enfría su paleta y lleva a cabo su típico alargamiento de figuras, todas ubicadas en composición piramidal que aumenta la monumentalidad. Además, el Greco, que muchas veces alejaba el punto de vista, ahora lo acerca mucho para darle mayor patetismo y que empaticemos con la escena.
Por lo que a mi respecta, misión cumplida.