Pintura abstracta
Lo más abstracto que verás jamás.
Un cuadro negro, absolutamente negro (el no-color). Del tamaño de un ser humano pero pintado y cepillado para eliminar cualquier rastro de pincelada. Uniforme, mate, plano a primera vista… pero en realidad formado de varios negros distintos; es casi imperceptible, pero creedme: los hay.
Esta pintura abstracta es, en palabras de su autor, una pintura pura, no objetiva, atemporal, sin espacio, inmutable, sin relaciones, desinteresada: un objeto consciente de sí mismo, ideal, trascendente, consciente de nada más que del arte.
Este cuadro es, si lo pensamos, un no-cuadro. Sin forma, sin color, sin tema… Si fuera posible, ni bordes tendría. Eso roza lo filosófico, dando lugar a una paradoja: es un cuadro contemplativo, aunque no sabemos qué hay que contemplar… Una obra intencionadamente enigmática, pintada para resistir cualquier interpretación. Es, en definitiva, un cuadro abstracto. Hasta el título es abstracto.
Al ver esta pintura tan abstracta en 1963, muchos abandonaron indignados el Moma (algunos rompieron sus carnet de miembro en protesta), y lo cierto es que no se les puede culpar. ¿Qué interés, qué valor tiene un lienzo pintado completamente en negro? Si Reinhardt pretendía ser original, ese chiste ya lo había contado Malevich.
Lo que pretendía Reinhardt, y recordemos aquí que el tío era un teórico -además de un caricaturista de humor gráfico(?!)-, era reducirlo y esquematizarlo todo al máximo, intentando de paso borrar de su trabajo cualquier contenido que no fuera arte en sí mismo. Desde luego, poco más se puede avanzar ya desde un punto de vista pictórico. Entramos ya en el terreno de lo conceptual y lo minimalista, ambos hijos legítimos de Reinhardt.