Retrato de Góngora
Ande yo caliente, y ríase la gente.
Os presento a Luis de Góngora y Argote, uno de los principales exponentes del Siglo de Oro español. El literato cordobés era un tipo de lo más brillante e influyente, que era admirado por tipos tan brillantes e influyentes como Miguel de Cervantes o Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. Ahí es nada.
Sin embargo, todos sabemos que Góngora tenía también ilustres enemigos, como Lope de Vega o Francisco de Quevedo que llevó la rivalidad a cotas nunca antes vistas. Ambos se lanzaron ingeniosas pullas el uno al otro, elevando el insulto a una de las Bellas Artes.
Góngora se reía de la miopía y la cojera de Quevedo, y lo acusaba de mal helenista y borracho («Francisco de Quebebo»). Quevedo contraatacaba tachándolo de «bujarrón» y burlándose entre otras cosas de la ludopatía y la narizota de Góngora, que atribuía a sus supuestos orígenes hebreos. Ya conocemos sus famosos versos:
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.
Quevedo se pasa un poco con la hipérbole y el antisemitismo, pero como vemos en el retrato que le hace Velázquez, lo cierto es que el señor Góngora no andaba mal de napias.
Velázquez fue —si no el mejor— uno de los mejores retratistas de la pintura occidental, y quizás este retrato del poeta es una prueba perfecta de ese talento. Un excelente estudio físico, pero también psicológico de Góngora, realizado por un ambicioso artista que por entonces tenía 23 añitos. En este cuadro casi podemos intuir una personalidad amargada y taciturna, quizás a causa de los virulentos ataques de su ingenioso rival.