Retrato de Madame Duvaucey
La verdadera elegancia.
Antonia Duvauçey de Nittis fue la amante del barón Charles-Jean-Marie Alquier, por aquel entonces embajador de Francia en la Santa Sede.
Aprovechando su paso como estudiante por Roma, un joven Ingres hizo un poco de cronista de corazón y decidió retratar a la dama por la nada desdeñable cantidad de 500 francos.
Antonia está sentada mirándonos con una sonrisa sutil, enigmática y coqueta que adereza el retrato. El rostro de Madame Duvaucey está perfectamente construido, y hasta casi se podría decir que idealizado. Algún crítico de la época lo describió como no un retrato que da placer sino uno que hace soñar.
Antonia viste a todo lujo en ropa y joyas, como es propio de su posición. Oro, joyas, anillos, carey, seda, encajes, un sillón Luis XVI… pero la elegancia— como todos bien sabemos— muy poco tiene que ver con lo que llevas puesto… la verdadera elegancia se lleva dentro. Y se lleva sin dificultad, como sin darse cuenta. Aunque cierto es que muy a menudo, quiénes definen la elegancia, suelen ser tremendos gañanes.
En todo caso, Madame Duvaucey desprende elegancia a raudales.
Como toda aristócrata que se precie, al final de su vida Antonia acabó arruinada, y cuarenta años después de que Ingres la inmortalizara, volvió a contactar con el artista en París para venderle la pintura. Ingres le encontró un comprador y Madame Duvaucey pudo seguir con su tren de vida unos años más.