Jean Auguste Dominique Ingres
Francia, 1780–1867
JAD Ingres fue uno de los pintores franceses del neoclásico. Aunque siendo exactos, no defendió a capa y espada este movimiento. Incluso se puede decir que el artista tiene mucho de romántico y casi de realista. Libre y ajeno a etiquetas y clasificaciones (como debe ser un artista, aunque para un historiador facilita mucho las cosas), lo que a él le interesaba era el dibujo.
En efecto, Ingres era un dibujante magistral, y ya desde los 11 años demostró su talento. A finales del XVIII incluso el casi divinizado David lo acoge en su taller, pero parece ser que no se llevaron muy bien. El frío clasicismo del pintor oficial de la revolución no encajaba en el ideal de belleza de Ingres, que ya iba unos pasos por delante.
Eso sí… era neoclásico en el sentido de estar enamorado del Quattrocento e incluso vivió varias décadas en Roma, copiando a los grandes maestros del arte clásico. Por lo visto en Francia su obra no fue todo lo exitosa que debería y vivió un período bastante mísero durante el cual pintó con desgana todo aquello que se le encargaba.
No sería hasta 1841 cuando triunfó en su país e incluso se le encargó decorar las vidrieras de la Capilla de Notre Dame y fue entre otras cosas, senador. Al tiempo, dedicó parte de su talento a su otra gran pasión: el violín.
En esa época llamó la atención su rivalidad con Delacroix, el joven que estaba arrasando con su nueva pintura. Tanta fue su animadversión al romántico que en cierta ocasión, Ingres pidió que abrieran las ventanas del Louvre tras el paso de Delacroix por las salas para ventilar el «olor a azufre».
Ingres destacó sobre todo en 3 géneros: El retrato, que volvió locos a la nobleza y alta burguesía de la época, la pintura histórica, en la que intentó imitar a su mentor David, y el desnudo, exclusivamente femenino, en el que deja claro que como dibujante fue uno de los mejores artistas de todos los tiempos.
Murió a los 87, ya consagrado como una leyenda y sufriendo una enfermedad de los ojos, que no le impidió seguir pintando, aún con ayuda de sus colaboradores.
Menos de un siglo después, las vanguardias (Picasso a la cabeza) lo elevaron al Olimpo de los grandes artistas de todos los tiempos.