San Juan Bautista degollado
¿El gusto hispano por lo macabro?
Durante siglos, al arte español se le ha tachado en buena medida de sádico y violento. Frente a la belleza clásica del arte italiano, ahí estaban los españoles, pintando o esculpiendo escenas sangrientas como las cabezas cortadas, en especial la de San Juan Bautista. Por supuesto, los artistas del norte de Europa eran también ajenos a ese «mal gusto».
Lo cierto es que en España sí que existen bastantes ejemplos de cabezas cortadas del Bautista, sobre todo en la imaginería de los siglos XVII y XVIII. Desde luego, cuando uno se tropieza con una de éstas en un museo, por ejemplo, la del escultor Gaspar Núñez Delgado en Sevilla, de 1591, la impresión es tremenda. Ya puede uno haber visto decenas de obras maestras en el recorrido, que lo que se queda en el recuerdo es la dichosa cabeza de la vitrina.
De hecho, es Sevilla y Andalucía el centro de esa supuesta fama del arte español como amante de lo sádico. Pero lo cierto es que la moda de cabezas cortadas del Bautista se inició en Alemania en el siglo XIV, y Centroeuropa está llena de degollados en museos e iglesias.
Después de la reforma luterana, en los países del norte decae esta iconografía y se traslada a los países del sur, auspiciados por la Contrarreforma, que potencia este tipo de imágenes, considerándose desde las altas esferas católicas que potencian la fe y la religiosidad de los fieles.
Especialmente en Italia, a la proliferación de cabezas de San Juan Bautista, se les suma su vertiente pagana, Judith decapitando a Holofernes, y también, la del antiguo testamento, David decapitando a Goliath. Caravaggio, el gran iniciador del naturalismo más dramático, fue el impulsor de cuadros con decapitaciones, que a lo largo de todo el siglo XVII aparecen en multitud de artistas, siendo especialmente famosas las versiones de Artemisia Gentileschi.
Sin embargo, al igual que España fue quien se llevó la fama a nivel geográfico, en el ámbito individual fue Ribera quien ha cargado con el peso del pintor sádico por excelencia, amante de decapitaciones y también martirios horribles de santos, en especial, el de San Bartolomé.
Sin embargo, otro pintor del ámbito napolitano como Ribera, Mattia Pretti, podría dar clases a éste en lo que a temática morbosa se refiere. Los martirios de San Bartolomé de Ribera son «peccata minuta» comparados con los de Preti, y probablemente no existe un San Juan Bautista degollado más impactante que el que nos ocupa.
No hay en el barroco otro ejemplo más impresionante, que hace precisamente del cuello seccionado el foco principal de la composición. Más allá del impacto, se trata de un cuadro maravillosamente ejecutado. El escorzo es de una audacia increíble; el claroscuro da mayor dramatismo a la escena, acrecentada por el potente color rojo del manto; la cabeza y la expresión de la boca, humanísimas; todo bajo la influencia de Caravaggio y Ribera.
El cuadro estuvo oculto al gran público durante décadas en el Palacio Arzobispal de Sevilla, y se encontraba en pésimas condiciones hasta que fue rescatado y restaurado a instancias del ilustre historiador del arte Alfonso E. Pérez Sánchez, siendo una de las estrellas de la exposición sobre pintura napolitana que organizó en 1985, siendo ya director del Museo del Prado. Lo define como obra de extraordinaria fuerza expresiva y singular importancia.
Se podrá argumentar que es mucha casualidad que este cuadro esté precisamente en Sevilla desde poco después de que se pintara en Malta, pero la terrible violencia que trasmite, ni es sevillana ni española, es fruto de la Contrarreforma que se extendió por la Europa católica del XVII.