San Serapio
Nada explícita tortura de un santo.
San Serapio, patrón de los enfermos, fue un cruzado de origen irlandés (al servicio de Ricardo Corazón de León) que como tenía un voto de «redención o de sangre», que le comprometía a dar su vida a cambio del rescate de los cautivos en peligro de perder su fe, fue martirizado por los sarracenos de esta creativa manera: le ataron a una cruz en forma de X, le arrancaron los intestinos y para acabar le cortaron las extremidades.
Como Serapio era un mercedario (religioso del convento de Nuestra Señora de la Merced Calzada) y Zurbarán trabajaba para ellos, le hizo este retrato de su martirio (ahorrándonos un poco de sangre y tripas).
Efectivamente, en este martirio no hay ni una gota de sangre, pero ahí está el horror de su martirio. Un alma que abandona al cuerpo, entre penumbras tenebristas, pero donde domina el blanco de su hábito.
El uniforme mercedario ocupa casi todo el cuadro, donde podemos perdernos en el vacío de esa tela blanca bañada por la luz, donde, analizando un poco, la relación entre la superficie total y la del traje de mártir es, exactamente, la del Número áureo.
Lo que el pintor oculta es el vientre vaciado, las entrañas desaparecidas (…) Si ahora vuelves a acercarte de nuevo al vestido, te marearás. Es un truco infantil, pero sin embargo… Tapa una gran parte de esa pintura y mira qué te queda. Quita sólo las manos y la cabeza y ya lo tienes, como dije arriba: un monumento. [1]