Agnus Dei
Un arrebato de ultramodernidad de Zurbarán.
A hombros del Buen Pastor en profundas catacumbas, con nimbo crucífero y/o portando cruz con estandarte, junto al bautista adulto en paisajes crepusculares, con éste cuando niño, jugando en lo campestre con Juan y Jesús de párvulos, bajo la vigilancia de dulces Madonnas, en acompañamiento tipo «árbol genealógico» a Santa Ana, con hija y nieto (excluyendo o integrando al profeta) o como testigo en macabras escenas de orden filicidio… la historia del arte —qué quede claro— es una gran cabaña ovina.
Fue la visión apocalíptica que tuvo el evangelista Juan allá en la isla egea de Patmos: una representación simbólica de Jesús a modo de cordero degollado —aunque en pie—, el germen para tornar al rumiante en el más importante tótem católico, en su doble condición de víctima y vencedor. Tal sacrificio hace referencia a la labor redentora del Mesías, aquel que enjuaga pecados y culpas; hablamos del «cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La metáfora con cuernos es revelada.
La Iglesia estableció este sacrificio como el único válido y necesario, aboliendo los tradicionales holocaustos que tanto gustaban a los hebreos del Antiguo Testamento. El cordero sacrificado está ligado al sacramento de la eucaristía, durante la cual la feligresía canibaliza y vampiriza simbólicamente a Cristo.
En un arrebato de ultramodernidad, el pintor contrarreformista lanza al animal a una tenebrosa soledad dentro de un habitáculo de austeridad tricolor, eliminando todo paisaje y antropomorfización propia del pasado. El borrego se muestra sumiso y paciente, esperando su final con las patas amarradas a modo de mártir paleocristiano.
Una protestante de la Alemania del norte disfrutaría asépticamente de cualquier Agnus Dei de Zurbarán, entendiendo la obra como una naturaleza muerta (claramente el animal es comestible); no obstante, una italiana libre de pensamientos heréticos centroeuropeos podría desmelenar su paroxismo católico en la contemplación del cuadrúpedo cautivo: imposible abstraerse de la analogía «hijo de Dios sacrificado/cordero» durante aquellos tiempos barrocos. Una misma pintura que hibrida dos géneros.