Santa Catalina
Emociones contrapuestas
Recuerdo el día que vi por primera vez esta obra en el Museo del Prado. Me impresionó. A parte del gran formato del cuadro, me llamó la atención la figura de Santa Catalina, que llena el espacio, transmitiendo emociones contrapuestas, calma y serenidad a la vez que fortaleza y triunfo. Es lo que logró que me detuviera ante ella para quedarme embobada observándola, una atracción compleja, conseguida con una sola figura, que parece real a la vez que está rodeada de espiritualidad.
Cuando el espectador observa este cuadro por primera vez, puede pensar que pertenece al renacimiento italiano, pero la sorpresa es que su autor es un pintor renacentista español, Fernando Yáñez de la Almedina. Se cree que el artista colaboró con Leonardo da Vinci, de ahí la influencia italiana que se aprecia en las diferentes características compositivas y técnicas. El retrato de Santa Catalina está fechado sobre 1510, momento álgido en la carrera del artista.
En la pintura, la santa está rodeada de un fondo arquitectónico clásico que armoniza la escena, creando una perspectiva típica del Renacimiento. La luz y el color envuelven a la figura que aparece estática, eterna, que revela una belleza idealizada. Ahora importa la persona, la emoción que desprende, ideas humanistas que han ido incorporándose a la pintura de esta época.
Santa Catalina fue una mártir cristiana del siglo IV, proveniente de una familia noble de Alejandría. Fue martirizada a través de un artilugio formado por ruedas dentadas. En sus representaciones suele aparecer sola, encarnando a una princesa real, de ahí la alegoría de la corona de gran trabajo de orfebrería que luce tras ella, sobre la pared del fondo. En este caso muestra unos ropajes de fina elaboración, una saya con un manto de colores vivos, con letras cúficas decorativas, símbolo de su procedencia. Además, exhibe perlas en el cuello, así como joyas de oro y piedras preciosas. Lleva el nimbo característico de los santos que representa su espiritualidad.
Aparece pisando la rueda quebrada, que hace referencia a su suplicio, y porta la espada, atributo que alude a su decapitación tras oponerse al emperador, posiblemente Majencio o Maximino. Detrás de ella, apoyados en el muro están depositados un libro, símbolo de la ciencia y la sabiduría que pudo haber utilizado en su discurso con el emperador, junto con la palma del martirio que recibían los cristianos mártires representativa de la victoria del Mesías, del espíritu.