La sorpresa del Trigo
Maruja Mallo, una “tola” maravillosa.
Por aleatoriedades de la vida, conozco el pueblo de nacimiento de Maruja Mallo.
Contaban las malas lenguas que, de las pocas veces que la artista visitó su pueblo natal ya de adulta, se ganó el apodo de «a tola» (la loca, en gallego). Puede que allá por los años 30 del siglo pasado la gente del lugar estaba poco acostumbrada a ver a una mujer de pelo muy corto, pantalones y chaqueta de corte masculino y labios pintados de un intenso color rojo.
Creo que el apodo, aunque indudablemente no la define, si transmite lo que al fin y al cabo ella quería conseguir: la provocación. Su personalidad irreverente, auténtica y alborotadora chocaba, como es lógico, con todos aquellos que no la comprendían o no la querían comprender.
Fue una artista excepcional, comparable con coetáneos de su época como Dalí, aunque su trabajo no tenía nada que envidiarle al genio de Figueres.
Como bien cuenta Shirley Mangini en su libro Maruja Mallo y la vanguardia española: cuando alguien le recordaba sus orígenes gallegos Maruja Mallo solía replicar: no soy gallega soy celta, o bien, soy druida, o incluso, soy internacional.
No le gustaban las etiquetas, o sentirse atada a un lugar específico por el hecho de nacer o haber vivido en él.
Maruja se consideraba a sí misma en el centro de la modernidad en los años veinte y treinta del siglo pasado. Pero, en contraposición de este pensamiento de la artista, Estrella de Diego comenta también en el libro de Shirley Mangini, sobre los amigos de Mallo hablando de las vanguardias: Mientras Maruja habla de ellos constantemente, ellos no suelen hablar de Maruja, no se la tomaban muy en serio.
En La Sorpresa del Trigo, primera obra de la serie de siete lienzos que tituló La Religión del Trabajo, Maruja Mallo muestra a la diosa Deméter (diosa griega de la agricultura) en la que, de su mano derecha surgen tres espigas, y en la palma de su mano izquierda reposan tres pequeños brotes.
Podríamos imaginar, al contemplar la obra, y con una mirada fija y un tanto sorpresiva de Deméter hacia las espigas, parecen sobresalir tres llaves que nos van a abrir la puerta hacia un lugar misterioso y fantástico que solamente ella conoce, pero me temo que la explicación de la obra es mucho más terrenal que eso. Según Maruja Mallo, tan solo quiso pintar la manifestación del 1º de mayo de 1936, cuando vi alzarse entre la multitud un brazo sosteniendo una barra de pan que me recordó a una consagración eucarística proletaria.
No sabemos si la intención de Maruja con esta obra era solo reivindicativa, o también buscaba la parte onírica. Puede que ambas.
En cualquier caso, en esta y en sus demás obras queda patente su maravilloso talento, único e irrepetible. Transgresor, brillante, rebelde, político, reivindicativo, pero sobre todo libre, como ella era.