Naturaleza viva
El álgebra era poesía.
En la costa de Chile, Maruja Mallo completa sus Naturalezas vivas. Caracolas, algas, anémonas o estrellas de mar se entrelazan en lo que nos recuerda a un cuaderno de viaje. Trazados en equilibrios casi imposibles que demuestran una geometría interna. Una armonía subyacente.
Son un testimonio del exilio, de la huida precipitada en 1937. Mallo llegó a Buenos Aires gracias al salvoconducto de Gabriela Mistral con la excusa de dar unas conferencias. Se adaptó rápidamente a su nuevo entorno donde le impactó el paisaje. Aunque la naturaleza ya le interesaba desde sus años en la Escuela de Vallecas. Ahora, a través de sus viajes por América, se abre una nueva fase que toma como eje la geometría.
«El mar arroja piedras pulidas por las aguas, que se mezclan con los enormes geranios y las esféricas hortensias, (…), entre las estrellas de mar y las grandes algas (…) y luego las caracolas, ¡qué profusión de belleza, qué armonía de formas, qué deslumbradora arquitectura de acabada geometría!»
Mallo recolectaba un sin fin de objetos para después trasladarlos al lienzo. En especial, le interesaban los colores y las leyes de la armonía. En ese momento, uno de sus libros de cabecera era un estudio de Mattila C. Ghyka sobre la proporción áurea. Para Mallo había un orden que regía el universo, una ley del número; y era bello. Así, el álgebra era poesía.
«Todo gravita en consonancia, en ondas plásticas que se propagan en el plano, transformándose en líneas y volúmenes, en formas giratorias, en algas, medusas y en cuerpos humanos (…). El orden y la belleza del universo tienen su origen en los números. Suprimir el ritmo del universo es suprimir el universo.»