Suspiros de sal: Muchacha en la ventana
La hermana del artista mira al mar envuelta en suspiros de sal.
Una joven se asoma al puerto desde su ventana abierta, desde la que se vierte una luz azul y apacible, como una promesa surrealista. Pareciera que el mar se infiltra a través de las cortinas, que vuelan con la caricia suave de la brisa salada: apenas se nota la distancia entre el trazo fino de la silueta y el mar, que respira formando olas serenas. No hay demasiada diferencia entre los tonos que se utilizaron para la tela del vestido y el cielo: pareciera, incluso, que los rizos que se distienden desde su cabeza fuesen extensiones del oleaje, que se resbala suavemente hacia arriba, sobre la composición lineal de la imagen.
Muchacha en la ventana es uno de los varios estudios que hizo Salvador Dalí de su hermana, Ana María. El aura meditativo que circunda a la figura frente a la ventana no es casual: refleja las horas que ella tuvo que modelar para él, habiendo dejado la Academia de Bellas Artes de Madrid recientemente, y con el impulso creativo quemándole las venas, como un soplo de arena incandescente en Cadaqués. Es evidente también en la soltura en la que cae el vestido, y la suavidad con la que el marco de la ventana se deja empujar por la brisa que penetra el cuarto, que de otra forma, estaría en las sombras.
La liquidez del cuadro acentúa el juego de luces: el mar refleja al cielo, y al mismo tiempo, delinea los bordes precisos de la mujer reclinada sobre el marco de madera. La pieza es de un realismo discreto y vaporoso, que parece difuminarse con la presencia etérea de las olas al fondo.
Resulta extraño ver a un Dalí así de escueto, así de manso, conservando la intimidad de una escena sencilla e inocente —como el mar, que envuelve suavemente a la figura frente a la ventana en suspiros de sal.