La tentación de San Antonio
La tentación vive abajo.
Uno no se percata muy bien de lo espeluznantes que debieron ser las tantas veces contadas tentaciones de San Antonio hasta que ve la pintura de Rosa… Se acabó el tomar al santo eremita como excusa para pintar todo tipo de curiosas y sugerentes «delicias criminales».
Lo horrible de la tentación hacia el mal no es, para el hombre experimentado, su engañosa apariencia, sino su ya sobradamente conocida fealdad. Lo espantoso, ser tentado ante tamaña monstruosidad. Salvator Rosa pinta así al demonio sin las astucias con las que éste se pinta a sí mismo para engañar al hombre.
Pintura de desengaño barroco, despertador de conciencias, que cumple como pocas su objetivo disuasorio. Y crítico. Pues como buen tenebrista a Rosa no le gustaba ocultar las sombras, esa inmensa capacidad abierta al mal de la condición humana, que alcanza e iguala a todos.
Entre sus pinturas, a menudo, nos encontraremos por ello con todo tipo de criaturas y situaciones que, como esta, expresan alegóricamente alguno de esos tres principales enemigos del alma: mundo, demonio y carne; así como ese variopinto repertorio de vicios, artificios y maleficios por donde se despeña la caída naturaleza.