Ventanas en la noche
La incertidumbre del voyeur
La ciudad sucumbe a los encantos de la luz eléctrica y la noche recién encendida de los Felices Veinte prolonga su bullicio en cafés, teatros y cabarets, revolucionando los sentidos de los artistas que, como no, no se lo quisieron perder. La ciudad noctámbula les abriría entonces un abanico de contrastes en escenas, luz, color, sombras, personajes y, sobre todo, almas.
Pero Hopper, lejos del mundanal ruido, en este caso pone el foco sobre un apartamento cualquiera, enciende la luz y nuestra curiosidad, y sin darnos cuenta ya estamos fisgoneando a esa sugerente mujer de orondo trasero.
Un soplo de aire fresco en medio de una bochornosa noche estival de Nueva York nos adentra en el silencio de la habitación. La sutil corriente de aire expande la atmosfera interior a través de la cortina que vuela en diagonal y que parece invitarnos a entrar. Su espontaneidad y ligereza contrasta con la geometría y solidez del edificio que, como un teatrillo de títeres, enmarca la enigmática escena.
Dos focos de luz modulan colores y contrastes en la noche, con un efecto cinematográfico, muy Hopper, suscitando en nosotros, mirones, interrogantes sobre esta mujer así reclinada: ¿Estará acariñando al gato o es que le habla a un crío…? ¿Tal vez habrá acabado de ordenar por fin la habitación? ¿Sencillamente está recogiendo algo que se le ha caído? ¿Envolviendo un cadáver que yace en el suelo? ¿O quizás acomodando ropa en una maleta para viajar al día siguiente y no volver más…?