Venus y Cupido
El placer de la exuberancia.
En un claro del bosque, Venus observa a Cupido jugando —o quizás torturando— a dos palomas blancas cautivas en una cinta azul. Ambos yacen rodeados de sensualidad: la fuente cubierta de musgo y forma de concha (un saludo a nuestros amigos argentinos), un fálico carcaj rojo repleto de flechas, rosas blancas y rojas, diademas de perlas, paños de seda india, esa camisa blanca que muestra más que oculta, flora exuberante por todas partes….
Agua, conchas, rosas, oro, perlas… atributos tradicionales de la diosa, que además de recordar su mítico y acuático origen, representa magistralmente el hedonismo y el culto a los sentidos de esa época tan frívola y maravillosa: el Rococó francés.
Boucher, uno de los máximos representantes del movimiento, pintó a esta pareja de la mitología clásica con su relamido estilo pastoral. Cupido era hijo de Venus y Marte, y por tanto, además de amoroso y picarón, era bastante cruel, clavando sus flechas en los corazones más inoportunos y provocando las iras de algunos dioses. Una temática ideal para la época y el pintor. Tan ideal, que Boucher pintaría a estos dos una buena cantidad de veces.
Son escenas como esta particularmente adecuadas para tocadores, gabinetes privados y salones de té y billar, donde la empolvada nobleza rococó podía dar rienda suelta a su lujuria.