
Voltaje
«Toda la historia de la humanidad puede verse desde una ventana»
«Toda la historia de la humanidad puede verse desde una ventana»
Dorothea Tanning.
Los ojos y las ventanas se conectan a menudo en frases que reflejan la idea de que los ojos son «la ventana del alma», a través de los cuales se puede ver la verdad interior de una persona. Otras frases exploran esta conexión diciendo que «los ojos son una puerta abierta a los sentimientos, una ventana hacia el universo de la imaginación o el lugar donde la belleza interior se manifiesta».
Dorothea Tanning, de la mano del surrealismo, hace referencia en sus obras a las puertas y ventanas para abrir y cerrar a su antojo su rico mundo interior mediante mensajes subliminales. En esta, un cuerpo femenino semidesnudo, sin rostro y ladeado, se apoya sobre su codo derecho. Parece mirarse a sí misma, pese a no tener cabeza, a través de unos curiosos binoculares de alambre que tienen ojos, pestañas y párpados, pero carecen de nariz. Estos a su vez, están siendo sostenidos de manera sutil y elegante con los dedos índice y pulgar de la mano derecha.
Un fular asedado y drapeado en color crudo cubre parcialmente el cuello y brazo izquierdo. El torso está desnudo mostrando los senos. Tanning pinta el pezón izquierdo de manera distinta, oscureciendo la zona pero sin precisar con exactitud y sin descifrar su significado. Podría intuirse, por los pequeños agujeros en la aureola, que el pezón se ha convertido en un desagüe, aunque también podría ser una llave de paso. El cuerpo no tiene cabeza ni rostro, pero sí un estrecho mechón rubio que en forma de S recorre el inexistente cráneo, dibujando un flequillo hecho jirones que se prolonga con una estrecha trenza extendiéndose a lo largo del busto, donde finaliza en el sumidero-llave-de-paso-pezón.
El fondo, azul grisáceo, se asemeja a un mar levemente picado, rompiendo las pequeñas olas por culpa del viento.
Dorothea Tanning empezó a construir su propio mundo surrealista sin saberlo, mucho antes de descubrirlo; huyendo de la realidad puritana que le rodeaba siendo niña en el medio oeste estadounidense, entre los cuentos de autores como Hans Christian Andersen y los rocambolescos y llamativos vestidos que su madre le ponía tanto a ella como a sus hermanas.
Esta obra la realizó a su llegada a Nueva York, en 1942, cuando descubre el surrealismo. Y donde comienza a entremezclar en sus obras realidad y ficción a través de simbolismos. Se encuentra en la gran manzana rodeada de personajes ilustres a los que admiraba como Dalí, Breton, Duchamp; entre otros. Pero como la mayoría hablaba en francés y ella apenas dominaba el idioma, algo frustrada se resignaba a estar sentada y observar.
Veía, oía y callaba, mientras los demás compartían experiencias.
Voltaje, además de estar llena de simbolismos, conecta con el espectador mediante una mirada bilateral, es decir, Tanning nos muestra un cuerpo sin rostro observado no solo por el público, si no también observado así mismo por unos ojos artificiales externos a un cuerpo, haciendo clara alusión a la objetificación de la mujer.
Dorothea intuye que el espectador fijará su atención en el cuerpo, pero obvia si tenía o no regiones faciales. La obra nos muestra la carne lozana, pero sin voz ni opinión. Desgraciadamente aún hay quien piensa: «calladita estás más guapa».
Dorothea Tanning