El juego de la flor mágica
Un sueño a todo color.
En 1936 se inauguró en el MoMA de Nueva York la exposición Arte fantástico, dadaísmo, surrealismo. Dorothea Tanning la visitó y nada volvió a ser lo mismo para ella. Había encontrado al fin el lenguaje que estaba esperando, libre de todo tipo de ataduras
Tanning comprendió que podía explorar los rincones más profundos de su subconsciente, que eso era una inagotable mina de creatividad. Simplemente debía traducir todo ese galimatías en óleos sobre lienzos.
De forma autodidacta, empezó a pintar sus sueños y un buen día conoció al marchante Julien Levy, que había llevado a los Estados Unidos el arte de Pablo Picasso, Max Ernst, Joseph Cornell, Marcel Duchamp y Salvador Dalí.
Levy decidió meter también a Tanning entre tanto artista ilustre y en 1944 la talentosa artista pudo tener su exposición individual, donde llamaría la atención con obras como El juego de la flor mágica.
El cuadro muestra a una adolescente vestida (o transformada) con flores en su cuerpo. Está en una habitación sin techo, que deja ver un cielo azul. Al fondo vemos extrañas figuras, como en un sueño muy colorido. La joven sujeta un ovillo de lana que se convierte en flor también. Un girasol. Ya sabemos que Tanning había pintado girasoles antes como un símbolo de todas las cosas que los jóvenes tienen que afrontar.
Una pintura que nos habla de transformación, destino, encierro, femineidad, adolescencia y magia. Un sueño a todo color.