Acción 6
Pesadilla en la clínica de arte.
No es una momia. Es Rudolf Schwarzkogler, mítico artista de performance y miembro del llamado Accionismo Vienés (Wiener Aktionismus), un grupillo de individuos que a principios de los 60 aterrorizaron Viena con sus actos de violencia, sexo, automutilación y caos destructivo.
Eso de pintar en un lienzo ya estaba muy visto, así que estos tíos decidieron hacer avanzar el arte un poco más realizando acciones que dejaban a los numeritos de Fluxus en bragas, cada uno a su manera, pero todos unidos por un nexo común: el mal rollo.
En concreto Schwarzkogler —pronunciar esto es una performance en sí— optó por una exploración del dolor y la mutilación —no sabemos si real o imaginaria— hasta límites realmente extremos. Si sois de los que, con o sin razón, se ríen de las performances a veces tan ridículas, a veces tan llenas de nada, quizás podéis explorar un poco la obra del bueno de Rudolf y a lo mejor ya respetáis más el polémico arte de la acción.
Schwarzkogler empezó a hacer sus «Aktionen» vendado como una momia, en una especie de clínica malrollera o un sórdido hospital, donde se corta con cuchillas, se pincha con jeringuillas, se perfora con sacacorchos, se castra con tijeras y pone a prueba todos los límites corporales en nombre del arte. Inyecciones y tubos salen y entran en su cuerpo extrayendo sangre o vaya usted a saber qué puta mierda. Todo evoca daño y enfermedad
Mientras que los demás accionistas vieneses querían un público para que se horrorizara e incluso que participara en sus performances extremas, Schwarzkogler (casi) siempre optó por realizar sus acciones en solitario, sin público, sólo inmortalizadas por la cámara de fotos de Heinz Cibulka como accesorio totalmente pasivo.
En su sexta y última acción, no se lesiona demasiado. Con su uniforme de momia chunga, se rodea de cables con electricidad, se hace con un pollo muerto como colaborador y lo cuelga entre sus piernas, lo arrastra, lo muerde, absorbe su sangre por una sonda y finalmente lo corta por la mitad en una nada sutil analogía con la autocastración, que por cierto, muchos dicen que al final llevó a cabo.
Al final, Schwarzkogler murió con 29 años. Se cayó —o quizás saltó— desde su ventana. ¿Fue su última performance?