Sin título
(Señal de sangre n.º 2/Huellas del cuerpo)
Como mujer, Mendieta siempre tuvo presente la sangre.
Ana Mendieta, siempre fascinada por la sangre, siempre cruda, siempre a la defensiva de los ataques de la sociedad patriarcal y blanca. Ella era mujer y latina, perfecta minoría dentro de una minoría. Una artista que precisamente explotó ese “doble exotismo” para evitar que el sistema desactivara su arte con condescendencia y lo asumiera como el arte primitivo de turno, la moda del momento.
Mendieta fue pues una artista incómoda que creó un arte visceral y sucio: auténtico. Se ve ya en la superficie, en sus videos y fotos, con esa calidad de imagen tan cutre que tenían todas las performances de la época, esa sórdida estética polaroid que sin embargo en Mendieta queda tan bien. Es una estética coherente, honesta consigo misma, algo que rara vez se puede decir de una performance.
Esta acción se llama de forma cristalina “Señal de sangre / Huellas del cuerpo” y en un minuto la Mendieta vestida de calle, sin ningún rollo tipo sacerdotal o musa del arte, se sitúa frente a una pared en blanco con gesto de sacrificio (puede que hasta crucifixión), deja la sangre en el muro y se larga de ahí. Un acto simple, directo… y por alguna razón, femenino.
La performance da como resultado una pintura en su definición más tradicional: color sobre un soporte. Solo que en este caso el pigmento es la sangre.
En sus acciones grabadas en video, Mendieta usa su cuerpo como herramienta. Y deja siempre huellas de su paso por el mundo, de su importancia. Restos suyos, rastros de que la artista existió.
Aquí las huellas simbolizan sus propias heridas (aunque la sangre era de animal, recordemos el interés de la artista por la santería y otros rituales en los que no faltaba la sangre). Los restos de sangre dibujan el movimiento de arrodillarse la artista, pudiendo aludir a la humillación, o al agotamiento… quizás a un sacrificio absurdo. ¿Qué sacrificio hay más absurdo que el arte…?
O quizás muchos hombres como yo asociaremos también esa sangre a la condición de mujer de Mendieta… tal vez la sangre menstrual. También habrá quien quiera ver en el resultado final un útero dibujado en el muro.
Sea lo que sea lo que nos quiso transmitir la artista, en la cabeza de todos está presente la violencia machista de la que Mendieta hablaría en tantas de sus obras y que -presuntamente- acabaría con su vida en 1985.
La muerte de Ana Mendieta
En la madrugada del 8 de septiembre de ese año Ana Mendieta y su marido Carl Andre discutían a grito pelado en su domicilio neoyorquino. Llevaban 8 meses viviendo en ese apartamento en un 34º piso y las discusiones eran habituales, pero esa noche alguien vio el cuerpo de Mendieta precipitarse hacia el asfalto. Murió al instante. Tenía 36 años.
Carl Andre llamó al teléfono de emergencias: “Mi esposa es artista, y yo soy artista, y tuvimos una pelea sobre el hecho de que yo estaba más expuesto al público que ella. Y ella fue al dormitorio, y yo fui tras ella, y ella saltó por la ventana”.
Cuando la policía llegó al lugar, Carl Andre tenía arañazos en la cara. Fue acusado de asesinato y sometido a un juicio que duraría tres años. El mundo del arte en bloque apoyó al escultor. Al final el veredicto fue: “no culpable”.
Andre se libró por la duda razonable, pero muchos dudaron de su inocencia. Era improbable que una Mendieta feliz se suicidara a las puertas de su inminente éxito. La defensa de Andre centró su estrategia en vender el supuesto carácter inestable de Mendieta: mujer, latina, artista, una loca desnuda cubierta de barro y sangre…
No sabemos lo que pasó esa noche, y quizás nunca lo sabremos. Quizás las únicas respuestas las encontremos en su obra. Obras de arte como estas, marcadas de sangre y con los rastros de su genio, con las huellas de su existencia.