Ante el espejo
La mujer no aparece reflejada en el espejo, ni en el arte.
Desde la Venus de Willendorf a la Mona Lisa, pasando por las venus de Tiziano y Botticelli hasta la maja de Goya o la Olympia de Manet, los hombres han retratado a las mujeres convirtiéndolas en modelos de divina belleza despojadas de toda humanidad. Estos cuadros recibieron elogios y alabanzas ya que eran juzgados por otros hombres.
Nadie le preguntó nunca a las mujeres cómo se sentían. A la belleza femenina en el arte le faltaba la mirada femenina.
Cuando las mujeres gritaron por la igualdad durante la segunda mitad del siglo XIX, Berthe Morisot decidió aportar al mundo del arte esa mirada.
Este retrato muestra a una mujer en un momento íntimo dando la espalda a la espectadora mirándose al espejo, mas su reflejo no tiene rostro. Con esto, Morisot quiere expresar que ni ella ni ninguna mujer se siente representada en los retratos femeninos que cuelgan en las paredes de los museos. Esos modelos no eran mujeres, eran lo que el patriarcado había creado para ellas, pero no era real.
La mujer en la época de Morisot no se veía reflejada en ningún sitio porque no había pintoras que las mostrasen como eran de verdad. Por eso es tan importante su obra, porque mostró una realidad que estaba oculta y de la que nadie hablaba: la realidad de las mujeres.