Avión de seda rosa
Restos de una identidad.
El rosa era el color favorito de Byars —un artista inclasificable al que definiría como incisivo a la par que elegante— por ello fue el que utilizó para realizar esta obra cargada de su inconfundible manera de ver el mundo.
Parte, como solía hacer, de un material suntuoso como la seda para, como solía hacer, plantearse preguntas y practicar esa mezcla extraña tan suya entre lo meditativo, teatral, participativo y perfecto es pos del desarrollo de una idea.
Esta pieza es el rastro de una perfomance realizada por primera vez en 1969, delante de la fachada de la Escuela de Bellas Artes de Düsseldorf donde desplegó 30 metros de seda natural de color rosa claro, con forma de avión, para que el público se colocase debajo y sacase la cabeza por los agujeros realizados en la tela. Se crea, así, una especie de traje comunitario que sirve a Byars para preguntarnos ¿qué diferencia hay entre las personas? ¿Qué significa realmente la ropa? Llegó más lejos: si cuatro personas entran a un museo con este vestido, ¿son uno o cuatro? Y aún mas: ¿y si los marcianos son así? Posteriormente, cortó la tela en trozos y el avión se dividió en trajes individuales.
Así, esta pieza puede verse como una escultura blanda, un escenario, una prenda de vestir o como te de la gana porque lo que le interesa a Byars, como digo, es plantearnos cuestiones que, en este caso, se relacionan, en último término con la manera en que una máscara (en este caso de seda rosa) nos cubre, nos oculta pero, al mismo tiempo, construye nuestra identidad frente a los demás.
Byars lo explica claramente: Mis proposiciones sirven como elucidaciones del siguiente modo; cualquiera que me entienda, con el tiempo las reconoce como algo sin sentido, una vez que las ha usado como escalones por los que ascender más allá de ellas mismas.