Bailarinas de Czardas
¡Música, Maestras!
¡Spoiler! El baile y las bailarinas eran dos de los temas más prolíficos en la obra de Kirchner y el lugar donde se encuadra en esta ocasión también. Desde ya no nos tenemos que sorprender por la casi total ausencia de perspectiva, esto aquí no importa.
Retrotrayéndonos al momento de la acción, deberíamos situarnos dentro de un bar de alterne o uno de esos tugurios que tanto fascinaban al autor; era allí o en sus zonas aledañas, entre coctails y cigarros interminables, donde con frecuencia E. L. encontraba la inspiración.
Las protagonistas parece que se encuentran suspendidas en el espacio y congeladas en el tiempo. El movimiento tenemos que rastrearlo sumergiéndonos en la inercia del baile que se transmite gracias a la posición de los pies: una bailarina se encuentra levantando una pierna mientras aplaude y la de la derecha cruza las piernas a la altura de los tobillos. Las dos danzarinas de la izquierda tocan unas panderetas con movimientos alternantes, pero aparentemente estáticos.
Por su parte, el tratamiento uniforme y homogéneo en forma e indumentaria las lleva incluso hasta la despersonalización, son seres seriados, son autómatas vacías que bailan, son títeres musicales, y nada más. Los gestos y los maquillajes que reciben (ojos negros rodeados por una marcada línea roja) tampoco invitan a pensar en seres demasiados vívidos. Dan, como poco, un pelín de yuyu.
Los cromatismos fulgurantes e intensos de premeditado contraste se fusionan con un estilo plano caracterizado por la pureza y calidez de los colores (antinatural la mayoría de las veces) muy al estilo expresionista defendido por los seguidores de las fauves primero y por su querido grupo Die Brücke después. Todo lo anterior se encapsula la mayoría de las veces dentro de contornos trazados por líneas gruesas que recuerdan en mucho a una xilografía.
Destaquemos cómo con pocas pinceladas se consigue una escena plena y un volumen suficientemente estimulante, de hecho, en algunas ocasiones el lienzo queda al descubierto, sobre todo en las zonas intermedias entre el contorno y el color. ¿Era una técnica premeditada o simplemente era tan pobre que intentaba ahorrar en pintura? Podríamos esperar cualquier cosa.
La verdad es que nunca sabremos los nombres de estas bailarinas, pero al menos podemos imaginar que, al finalizar el espectáculo, E. L. tuvo la decencia de darles alguna propina, que seguro que lo hizo, aunque el contexto en el que pudo ocurrir queda a imaginación de cada quién.