Donne en Potsdamer Platz
Horror normalizado en madera.
Hay algo profundamente pesado en “Donne in Postdamer Platz”: algo que resuena a miseria y a dolor, a un rumor pesado que ahuyenta la luz del color y la deshilvana hacia la monocromía. Quizá, crispado por el horror de la movilización alemana, Ernst L. Kirchner haya vuelto a casa con sombras espesas cubriéndole los ojos. Devuelto a su pueblo natal después de tener varios episodios nerviosos en el campo de batalla, la búsqueda estética del artista encontró un nuevo interés: ése de mostrar los ángulos incómodos del horror, impresos en las esquinas polvosas de todos los días.
El desencanto por la civilización que sostenida en la Razón Instrumental es evidente en la pieza: oscura, afilada, carente de la calidez de los días de paz perdidos. Las telas rígidas, que no se dejan acompañar por el viento mientras las figuras caminan; las plumas, que se niegan a ceder al empuje suave de la brisa gélida de Postdam; la expresión cavernosa en la mirada de la mujer, que parece no dirigirse a ninguna parte: todas consecuencias del ambiente espeso de Europa durante la Primera Guerra Mundial.
Llama la atención, además, que el pintor se haya valido de la madera para llevar a cabo la pieza: un material extraño, a pesar de que él mismo estableció el Die Brücke con otros estudiantes de la Escuela de Bellas Artes de Múnich. Tal vez, en este afán característico del expresionismo alemán por regresar a los medios primigenios, es que Kirchner haya decidido retomar la dureza de las formas que se imprimen en la madera. Hay resabios de angustia en las figuras femeninas representadas: como si ya no quedase de otra, como si ya estuviesen acostumbradas. El horror también se normaliza sobre madera.