Bodegón

Clara Peteers es uno de los mejores ejemplos de mujer valiente y emprendedora nacida a finales del siglo XVI, una época en que pocas mujeres podían dedicarse a la pintura de manera profesional. Aquellas que lo conseguían, tenían prohibido el dibujo anatómico, que generalmente se hacía a través del estudio al natural de modelos desnudos cuyo acceso estaba rotundamente negado a las mujeres. Todo aquello, evidentemente condicionaba el aprendizaje de las mujeres artistas, por ese motivo, muchas de estas pintoras se especializaron en el género del bodegón.

Clara Peteers fue una de ellas, y además de llegar a ser considerada una de las iniciadoras del bodegón o naturaleza muerta en los Países Bajos, la artista quiso ir un poco más allá. Reivindicar su oficio como mujer artista se convirtió en una necesidad, y para dejarlo claro, incluyó una suerte de autorretratos dentro de sus bodegones aprovechando las superficies especulares y brillantes de los objetos que representaba.

En este bodegón en particular, llegó a incluir hasta cinco autorretratos: uno en la copa dorada y cuatro en la jarra de peltre.

Haciendo uso de una composición espontánea, que la dota de realismo, los objetos parecen estar aparentemente desordenados, como si los que disfrutaron del banquete acabaran de irse, incluso podemos ver algún alimento mordisqueado y alguna miguita rodando por la mesa.

Las flores son un verdadero alarde de virtuosismo, en ellas se refleja el conocimiento de los grabados e ilustraciones científicas y de botánica a los que seguramente tenía acceso la artista y que le facilitaba pintar con tal detallismo la naturaleza.

El ejercicio de afirmación de Clara Peeters se ve reforzado en muchas de sus obras, en las que plasma firmas en una gran variedad de objetos. En cualquier caso, los pequeños autorretratos de Clara Peteers son un desafío a las limitaciones de su época y a la capacidad artística de la pintora, desafío con el que se ha conseguido trascender en el tiempo como una de las mejores artistas jamás vistas.