Chico haciendo pompas de jabón
Lo efímero.
Basado explícitamente en Les Bulles de savon de Chardin, el gran Manet homenajea a su ilustre paisano con otra vanitas, recordándonos de paso que la existencia es efímera y que espabilemos, que esto se acaba.
Un concepto tan complejo como la fugacidad de la vida representada en una sencilla escena de género como es un pasatiempo infantil. Nada ejemplifica mejor la naturaleza transitoria de nuestras vidas como una perfecta y redonda burbuja soplada por un niño, que dura lo que dura y se acaba. Aunque una reflexión puede ser que algo queda en todo esto: el arte, esa cosa misteriosamente perenne.
Manet se pone compositivamente sobrio, simplifica las formas e incluso elimina el fondo a lo Velázquez (recordemos la estima que le tenía). Una libertad que siempre demostró el artista, desde que abandonó la carrera de derecho que su padre tenía planeada para él para dedicarse al arte e ignorar sistemáticamente todos los dogmas de la academia. Por algo los impresionistas lo consideraron siempre su mentor.
El modelo para esta pintura, Léon-Édouard Koëlla, era el supuesto ahijado de Manet. Digo supuesto porque Léon era hijo de padre desconocido de la pianista Suzane Leenhoff, esposa del artista. ¿Quién creéis que era el padre…? No se sabe, pero aparece en muchísimos cuadros de Manet y cuando murió el pintor le dejó todo en herencia.