Retrato de Mallarmé
Retrato de un poeta maldito.
El cigarro dice luego
por poco que arda la conciencia
la ceniza es decadencia
del claro beso de fuego.
Hay personas que nacen con un “estigma”, alguna característica, ya sea física, emocional, personal… que les va a acompañar el resto de sus vidas, sin tener ninguna posibilidad de deshacerse de ella. Este hombre en primera apariencia desganado es Stéphane Mallarmé, uno de los principales representantes del simbolismo poético del siglo XIX, admirador de Charles Baudelaire, de Allan Poe, y perteneciente al círculo de los que llamamos Les poètes maudits. Mallarmé nació con un genio interior, un genio creador, cosa que de primeras puede sonar muy bonito, pero que realmente era una auténtica condena que llevaba, y prácticamente obligaba a este grupo de “malditos” a llevar una vida trágica, autodestructiva y aislada con respecto a la sociedad.
Los maudits desarrollan su vida y su obra en el contexto del París de la segunda mitad del siglo XIX. Los callejones, cafés, burdeles y cabarets de la ciudad son fantásticos, pero a pesar de ello, están continuamente configurando nuestro lado oscuro.
Mallarmé fue un férreo defensor de la pintura impresionista, pintura que producía el reflejo de esta sociedad urbana. Estableció una estrechísima amistad con Manet, y le defendió muy inteligentemente tras el rechazo de cuatro de sus obras en el Salón de 1874.
Los trazos de Manet son nerviosos, rápidos y sueltos. El fondo es sucio, turbulento, reflejo quizás de la idea que al poeta se le está pasando por la cabeza en ese instante. La atmósfera general induce a un estado melancólico y desconcertante. Los ojos medio cerrados de Mallarmé nos dan alguna pista sobre la posible utilización de sustancias. La mano izquierda dentro del bolsillo, la derecha sosteniendo un puro, que poco a poco crea más ceniza. El aislamiento y la soledad le invaden por completo.
Ahora sal a la ciudad, y piensa si tú nunca te has sentido maldito en algún momento.