Día de fiesta en el hospicio Trivulzio en Milán
Retrato de la soledad y la vejez.
Este cuadro parece más la obra de un fotógrafo que la de un pintor. Un documento de la soledad y la vejez. El hospicio Trivulzio.
¿Por qué algunas palabras evocan con tanta exactitud aquello que nombran? Así como alguien se llama Miguel y pensamos que no pudo haber sido nombrado distinto, hay sitios a los que entramos o descubrimos desde el momento en el que pronunciamos la palabra con la que los hemos designado: laguna, hogar, isla…
La palabra hospicio describe, al «ebocarla» (cualidad de degustar las palabras en la boca), aquello que irremediablemente es: un sitio en el que a ninguno de nosotros nos gustaría dormir.
En el cuadro hay tres figuras principales, tres ancianos. Las posiciones que ocupan dibujan un triángulo. Una de las puntas, la de la inferior izquierda, es la de un hombre del que solo vemos sus manos y sus piernas; su sombrero y el abrigo. Parece que aguarda el momento de partir. Podemos imaginar su figura en una iglesia o en el asiento de un tren con destino indefinido. Sus manos entrelazadas son una plegaria contenida o un reloj sin baterías.
Los otros dos hombres ignoran por completo el exterior. Nadie los espera y ellos no añoran más destino que el sitio que ocupan en el salón. Su tránsito ha llegado a su fin.
¿Y si acaso estas tres figuras fueran el mismo hombre en tres años distintos durante su estancia en el hospicio?
El primero representa al anciano cuando esperaba que alguien llegara por él para salir y disfrutar del día de fiesta. El segundo cuando aceptó que, en la vejez, no hay mejor compañía que la cercanía de una ventana. Y el último, ¿está somnoliento o la vida le ha disparado una lenta e invisible munición por la espalda?
Pasado, presente y futuro de una misma vejez dentro de un gran salón en el hospicio Pío Trivulzio, Milán.