El entrepuente
Una fotografía para representarlos a todos.
Nueva York, 1907, Alfred Stieglitz se encontraba listo para zarpar en la embarcación que lo llevaría al puerto alemán de Bremen. Agobiado por la multitud que se empezaba a acumular decide abandonar el interior del pasillo en el que se encontraba y sale al exterior, al mirar atrás repentinamente, descubre frente a sus ojos la escena que lo empujaría a realizar la fotografía más determinante de toda su carrera. Corrió de vuelta a su camarote, agarró su cámara y, deseando que el hombre con sombrero de paja siguiese en la misma posición en la que lo había encontrado (esto es verídico), se preparó para disparar.
Lo que Stieglitz consiguió tomar en aquel momento no fue solo una simple captura de la multitud más; es lo que muchos expertos consideran como una de las primeras imágenes en las que podemos observar voluntad por parte del autor de representar la hiriente realidad social desde un punto de vista estrictamente fotográfico. Stieglitz entonces ya era el máximo defensor y fundador del grupo Photo-Secession, el cuál defendía la Fotografía Directa como único método para que la fotografía alcanzase su independencia frente a la pintura.
Stieglitz utiliza el poder del artefacto fotográfico en su totalidad, no quiere representar la escena como haría un pintor, quiere hacer que nos sintamos transportados a ese mismo momento utilizando el poder de su lente. Este es el poder que él y los secesionistas veían en el joven medio fotográfico. Un medio que querían disfrutar sin artificios estéticos.
Stieglitz nos sitúa en un punto de vista desde el que podemos observar como la escena se divide en dos. En la cubierta superior, vemos una multitud a la que presuponemos de clase media o pudientes: Stieglitz se molestó en testimoniar que la barandilla había sido recientemente pintada y toda la cubierta superior reformada antes de recibir a los pasajeros de esta. Quizás las personas retratadas arriba no parecen ricas, pero desde luego si mucho más que la multitud a la que observan hacinarse en la cubierta inferior, tratando de sobrevivir en unas mucho más humildes condiciones. Stieglitz compone los elementos de la escena utilizando su instinto crítico y deja poco a nuestra interpretación. La realidad es obscena y brutal: unos arriba y otros abajo. Una pasarela que desemboca solo en los de arriba. Una escalera que los conecta pero por la que nadie circula. Un retrato que hace evidente lo obvio: la realidad de la desigualdad.