El locutorio de San Bernardo
¡Dejadnos salir de aquí!
Algunos dicen que caras y manos son lo más difícil de conseguir en pintura. Ressendi, esa leyenda sevillana, acepta el reto aquí y por supuesto sale victorioso. Es difícil entender como un pintor de semejante talento (¿es demasiado decir el mejor pintor andaluz —ya no digo español— del siglo XX…?) no esté presente en los mejores museos de España.
Quizás sea demasiado oscuro, pero también lo era su gran ídolo Goya, del que adopta no pocas formas de ver la vida. O su paisano Velázquez, que debió estudiar y absorber hasta la extenuación. Quizás era demasiado maldito, demasiado incómodo, aunque vendió y muy bien a particulares de todo el planeta. Quizás su leyenda negra… se habla de excomunión de la iglesia, de dejar plantado a Franco en pleno retrato, de docenas de hijos ilegítimos, de noches de juerga sevillana, de arrogancia…
Ese mito, esa poca documentación biográfica oficial— aunque abundan suculentos rumores sobre su figura bohemia en Sevilla—, esa fantasía que debió ser el pintor fascina a cualquier historiador, más aún cuando existen muchísimas obras dispersas por el mundo, dada su extraordinaria prolijidad. En cuatro pinceladas te pintaba algo o a alguien con el más descarnado realismo.
Su típica paleta oscura y reducida ilustra una jaula de condenados que quieren salir, gritando, babeado, mordiendo. Una escena terrorífica pero inquietantemente realista. Una estampa goyesca que hace que nos identifiquemos con esos personajes en sufrimiento, al borde de la muerte o ya muertos, como ese cráneo desnudo que muerde su propia mano. Aterrorizados, con sus músculos y caras vibrando de expresión. Todo indica que están en el infierno.
Ressendi creó una especie de realismo expresionista con efluvios surrealistas y genética barroca. Y un arte muy andaluz, eso sí… Mandó a tomar por el culo la estampa de la Sevilla luminosa y amable, y mostró sin paños calientes la Sevilla oculta y oscura.