Octavo círculo
El penúltimo nivel del Infierno.
Dante Alighieri, en el primer canto de Infierno (La Divina Comedia) allá por la primera década del Trecento, describió la visión de su propio viaje a ultratumba. Según éste, el Infierno estaba dividido en nueve círculos (partiendo del pensamiento aristotélico) y en estos niveles los pecadores recibían un castigo durante toda la eternidad acorde al grado de pecado cometido.
El octavo círculo, el que a nosotros nos interesa, castigaba a los pecadores maliciosos y fraudulentos. Dicho nivel se compone por diez fosas, llamadas colectivamente Malebolge, un término acuñado por Dante que también alude al nombre de los demonios que guardan algunos de los niveles (en el cuadro los vemos representados). En estas diez fosas se castiga respectivamente a: los proxenetas y seductores, aduladores, simoníacos, adivinos y magos, malversadores, hipócritas, ladrones, consejeros fraudulentos, consejeros de la discordia o la maldad y finalmente los falsificadores.
Sabiendo esto nuestra lectura va más allá de visualizar una bacanal de cuerpos desnudos. La composición nos recuerda en mucho a su obra La tentación de San Jerónimo (sobre todo en la postura y representación de los cuerpos femeninos). El pecado se materializa en seres aberrantes del Infierno que surgen de la parte baja del cuadro. Advertimos que los personajes que reciben castigos son todo mujeres y sus escorzos imposibles se funden en una especie de orgía vigilada por los demonios de Mefistófeles. Estos últimos personajes se representan con tonos de piel apagados, caducos.
¿Refiere que las mujeres son maliciosas y fraudulentas? ¿Son prostitutas las mujeres que se representan y por ende se nos muestran como pecadoras? ¿Ressendi critica el vicio de la sociedad de su tiempo? ¿O de manera más reflexiva, pudo la obra hacer crítica a la precaria sociedad andaluza de posguerra, pobre, banal y decadente? Pues probablemente todo y nada de lo anterior, aunque tengamos en cuenta que en aquel tiempo el mensaje pudo enmascararse por lo carnal y lo inmoral de la pintura, y es que vistiéndonos con en el traje de época de los sesenta, tal reacción no nos extrañaría tanto.