La danza de los pavos
Jarana andaluza.
De composición arriesgada y novedosa: un cúmulo personas bailando en un vacío atemporal, un espacio irreal no definido. Este gentío se forma mediante dos grupos: uno central, los bailaores, dispuestos en una elipse constreñida con unos movimientos acalorados tal y como marca el baile del flamenco; el segundo grupo se compone por el palmero y un par de pavos que escudriñan el espectáculo.
La paleta cromática es oscura, se tiñe de un ambiente de tonos apagados y clandestinos, solo sobresalen los carnes y los rojos apasionados; todo ello se resuelve con una pincelada suelta y ligera, un recurso que nos evoca de manera clara al maestro Goya. La luz tenue parece emanar del epicentro de la danza, siendo esta misma el núcleo del compás y del movimiento centrífugo que transmite la composición. Desde lo más metafórico seguro que más de un sevillano diría que se consigue representar la mismísima música, y es que el duende se percibe incluso a través de esta pantalla.
A pesar de lo anterior, el mensaje que se desprende es mucho más conciso. El autor hace una alusión clara y directa al pavoneo, una crítica a la cultura flamenca y con esto a la sociedad andaluza de posguerra y su actitud, temática por su parte, para nada extraña en el universo del autor. Nuestro cuadro representa la parte más psicológica de una sociedad dada al hedonismo y a la vacuidad, que se combina con la ejemplificación mediante la tradición y la situación social de una región de mediados de siglo XX asolada por la pobreza. Estos elementos se manifiestan con el uso de un expresionismo latente tanto en técnica pictórica como en tratamiento de los personajes. Ressendi elabora una cruda crítica a su cultura natal, en síntesis, en la obra se lee: los bailaores que no bailen tanto y los pavos desplumados y a la cazuela.