Fin de siglo
Reacción ante la modernidad.
El telégrafo, el teléfono, el gramófono y el cinematógrafo ya estaban extendidos cuando se pintó esta obra. Había bombillas en las casas, Rayos X en los hospitales, coches y motocicletas en las carreteras e incluso aviones en los cielos. Eran tiempos emocionantes en el mundo.
Se acababa el siglo XIX y cada día surgían nuevos descubrimientos científicos, tecnológicos, industriales, culturales… y por supuesto artísticos.
En Francia, los experimentos pictóricos estaban también a la orden del día. Los neoimpresionistas mezclaban arte y ciencia, los postimpresionistas empezaron a pintar lo que les salía del alma y no lo que veían y los simbolistas habían abierto ese camino pocos años antes.
Evidentemente, siempre hay gente que no entiende estos avances. Incluso quien no los tolera. Es el caso de este hombre que vemos en Fin de siglo, del realista Segundo Cabello Izarra, un trabajador con un cesto de mimbre al hombro que contempla sardónico un cuadro que parece simbolista. El tipo se parte el culo al ver esta obra, ya que no puede o no quiere entenderla.
No sabemos si Cabello opinaba lo mismo de estas moderneces de fin de siglo, o quizás esta sea una crítica a las miradas retrógradas al arte (hoy tan vigentes como siempre, más si cabe…).
El caso es que el cuadro fue premiado con una tercera medalla en la Exposición Nacional de 1899, que irónicamente también premió a una obra simbolista. El jurado optó por un fallo salomónico en tiempos de pugna entre realismo y modernismo.