Goya: Autorretrato
«Verdadero retrato suyo, de mal humor, y gesto satírico».
En la imagen que veis en vuestras pantallas aparece nada menos que el señor Francisco de Goya y Lucientes, de oficio «Pintor».
El artista se autorretrata con un gran sombrero de copa, melena encrespada sobre el cuello y tremendas patillazas, todo muy del gusto de la moda masculina de esos primeros años del siglo XIX. El Antiguo Régimen llegaba a su fin y entraba una nueva época en la que iban a cambiar muchas cosas, entre ellas la indumentaria. Medias, pelucas y lunares falsos se iban al armario de ropas horteras.
Goya fue un artista bisagra que vivió esos dos tiempos: fue el último gran maestro antiguo y el primer artista moderno, en su caso, modernísimo. Con un pie en cada época, tan fascinado por la superstición como por la Ilustración, tanto por la irracionalidad como por la razón, fue consciente de que era ante todo «Pintor» y dejó en toda su obra una huella de su visión apasionada de la vida y el arte, dos conceptos que para él siempre estuvieron unidos.
Un comentario manuscrito sobre esta estampa se conserva en la Biblioteca Nacional: Verdadero retrato suyo, de mal humor, y gesto satírico.
Ya nos garantizan en el comentario que este era el semblante del autor por esa época. Los tiempos de juventud de Goya quedaban lejos. A sus casi cincuenta años está completamente sordo, pero por esa nariz achatada que muestra, podemos comprobar que no había perdido el olfato para captar la esencia de la vida, como bien vemos en sus Caprichos, que se encabezan con esta estampa.
El mal humor por el que era conocido se demuestra en ese gesto satírico, entre la melancolía y el cinismo; y con esa mirada sesgada, como de desconfianza, con la que parece que acaba de escrutarnos y recopilar algunas de las tragicomedias del alma humana.