La morfina
No faltaban yonquis en la burguesía de la época.
La morfina, milagroso analgésico nombrado así en honor a Morfeo, dios del sueño, fue muy utilizada a mediados del siglo XIX. La gente se la comía como pipas, pero con la aparición de las agujas hipodérmicas, el alcaloide se hizo inyectable provocando efectos instantáneos y más fuertes que los de la morfina oral.
No tardarían en verse los efectos más negativos de esta droga: la adicción. Incluso entre las clases más altas abundaban yonquis que habían caído rendidos a estos placeres. Y en HA! vamos a dar nombres, así de amarillistas somos: Robert Louis Stevenson, Nietzsche, Hermann Goering, Alphonse Daudet, Mijaíl Bulgákov, Heinrich Heine, Guy de Maupassant, Bela Lugosi, Peter Lorre, Hank Williams, Burroughs…
Es el caso de esta mujer que vemos en el cuadro de Rusiñol, una drogadicta de clase alta en la cama. Sin embargo no se sabe bien si el pintor está denunciando la escena o bien recreándose en el morbo que produce. Después de todo, sólo hay que fijarse en el rostro de placer de la joven, la mano agarrando fuertemente una sábana y su pose rígida que hace caer el camisón de sus hombros. Se lo está pasando bomba, y nosotros mirando.
El propio pintor fue un morfinómano en esos años, así que sabía muy bien cuales eran los maravillosos efectos de esta droga. Rusiñol fue un adicto, pero menos mal que un año después de pintado este cuadro llegaría la solución: el «sustituto no adictivo de la morfina» que la simpática farmacéutica Bayer denominaría heroína.