Un bohemio: Erik Satie en su estudio.
Representación de Erik Satie en su estado más íntimo.
Santiago Rusiñol fue uno de los primeros artistas polifacéticos de finales del siglo XIX que desarrolló una obra no solo literaria y dramaturga, sino también pictórica. Pero si en algo destaca el trabajo del artista son sus óleos que representan paisajes que rozan el decadentismo del contexto en el que vivió y la preocupación por lo efímero del tiempo, junto a los retratos de personajes cercanos al círculo bohemio que frecuentó entre Barcelona y París.
En París conocería a Erik Satie, un músico que a pesar de vivir en una época caracterizada por las etiquetas estilísticas nunca se posicionó en un movimiento artístico y siguió un camino más bien solitario en lo que se refiere a su carrera musical, destacando por sus sonidos innovadores y experimentales que rompían con el riguroso academicismo racionalista. Es así como fue denominado compositor minimalista a falta de poder clasificar su música en un movimiento artístico más preciso y de alejarse de las premisas de la música romántica o impresionista como la de su amigo compositor Claude Debussy.
Rusiñol representa al músico junto a una chimenea en un interior que parece evocar un refugio del gélido frío exterior que confirma los ropajes invernales que viste el personaje. El artista nos muestra un Erik Satie abstraído en sus pensamientos, elevado a una esfera casi mística alejada del característico personaje público conocido por su humor irónico y espíritu libre, compositor de las famosas Gymnopédies.
Sentado en una esquina de una habitación empapelada de láminas que parecen pinturas y algunos libros que hacen referencia al afán que tenia el compositor por tocar otras ramas artísticas, se puede percibir la parte más oculta del personaje, la búsqueda de una música sublime que sobrepase los límites de lo sonoro y pueda representar a través de las notas un impacto visual que se reproduzca en una especie de misticismo espiritual. Rusiñol no quiso pintar el retrato superfluo de su amigo, sino más bien quiso indagar en su alma para representar una emotividad que no deja indiferente al espectador, animándolo a descubrir más en profundidad sobre el músico que escribió sus Memorias de un amnésico.
Tras una adolescencia bastante corta, me convertí en un joven corriente y pasable, sin más. Fue en ese momento de mi vida cuando empecé a pensar y a escribir musicalmente, sí. ¡Lamentable idea!… pero que muy lamentable…
Claro, pues no tardé en servirme de una originalidad poco grata, fuera de lugar, antifrancesa, contra natura, etc. Entonces la vida se me hizo tan insoportable que tomé la resolución de retirarme a mis tierras y pasar el resto de mis días en una torre de marfil o de otro metal (metálico). Así es como me aficioné a la misantropía; como cultivé la hipocondría y como fui el más melancólico de los humanos. Daba pena verme. Y todo esto me ha sucedido por culpa de la música. Ese arte me ha perjudicado más que beneficiado.
Erik Satie no solo fue un músico de finales del siglo XIX que cambió el paradigma de la búsqueda de expresividad a través de notas musicales, su vocación fue su mayor pena a la vez que su mayor salvación. En la obra se nos muestra un Satie derrotado ante una vida que se caracterizaba por una época finisecular en que ya no había nada en lo que creer, y en que la salvación que ofrecía esa pérdida podía convertirse paradójicamente en el mayor sufrimiento de uno mismo.