Libres y ociosos X
Un rojo apagado (rosa) y una risa histérica multiplicada: eso es China.
La China del siglo XXI es muy diferente de la de Mao, y Yue las vivió las dos, comprobando que para algunos la cosa puede cambiar, pero no va a cambiar gran cosa. De ahí quizás su cinismo, su uso desgarrado del humor como autodefensa (para eso vale el humor después de todo).
Esa China de la Revolución Cultural Proletaria (1966–1976) tan roja en todos los sentidos (en derramamiento de sangre también) dio paso a una China de un rojo más pálido, más rosa, al menos en lo ideológico, aunque igual de brutal en cuanto a represión y miedo. Una dictadura capitalista de facto que conserva lo peor de un régimen legitimado por una bandera roja.
Así, de este color rojo pálido, suele teñir Minjun sus figuras, que están en algún lugar entre el agotamiento y la histeria. En este caso una escena en la que los personajes parecen disfrutar de un relajador baño y que nos recuerda a la pintura surrealista, Rousseau, el Pop art y cientos de referencias del arte occidental.
Pero también la fascinante pintura propagandística de Mao impregna los cuadros de Yue Minjun. La felicidad del pueblo chino de la utópica propaganda maoísta es amplificada por el artista mediante unas carcajadas congeladas que quizás le sirvan para desdramatizar el dolor, una anestesia que el ser humano lleva utilizando desde sus inicios como homo sapiens, o quizás para mostrar una situación absurda.
Yue Minjun es un cínico, un pesimista a causa de su desesperación al observar su propia cultura y la esperpéntica sociedad que lo rodea (que ya es un poco la de todo el planeta). Todos, orientales y occidentales, somos cada vez más iguales, exagerando cada vez más una felicidad ficticia o virtual y el pintor lo representa haciendo autorretratos repetidos con su cara desencajada por la risa.