¡Mamá, papá está herido!
Humo, cerilla y cactus: un drama familiar.
De nuevo Tanguy nos muestra un vasto paisaje abstracto con una paleta de colores limitadamente grisácea, paleta que solo ocasionalmente muestra destellos y acentos de color contrastantes. Estos paisajes alienígenas están poblados con varias formas abstractas, a veces angulares y afiladas que recuerdan a prismas hechos añicos, a veces con un aspecto intrigantemente orgánico. Todo ello lo reflejan las amebas gigantes, el lejano cactus solitario, las grandes masas humeantes y lo que parece ser una cerilla gigante vástago de una tarántula. Todas éstas dotadas de sombra, de proyección lumínica, un rasgo que acentúa aún más el vacío espacial que somete a estos pseudopersonajes.
Como afirmaba Nathalia Brodskaïa, esta obra podría tratarse de una de las pinturas más impresionantes de Tanguy, al mismo tiempo que podría etiquetarse como una de las más deudoras de la influencia de De Chirico. Vemos sombras que caen y la evocación de una sensación de fatalidad: el horizonte, el vacío de la llanura.
La magia reside en cómo los extraños personajes, con sus sombras y su perspectiva, actúan como referencias al mundo real, imbuyendo en nuestra cabeza a la lectura de una obra que se aleja de la abstracción, a toparse con la sensación de familiaridad lejana, de jugar con nuestra concepción espacial. De cómo a la postre, Tanguy nos obliga a tratar de comprender lo intangible y lo incomprensible con su poetización psicológica.