Mujer con un niño en una despensa
Espacios barrocos.
Pieter de Hooch, vecino de Delft como Vermeer, hace magia en este cuadro: crea espacios de la nada y genera en algo bidimensional como un lienzo varias profundidades espaciales, varios planos, varias «realidades».
Especialista en pinturas de género —generalmente interiores de casas holandesas— está claro que a de Hooch, como buen barroco, le interesaban sobre todo dos cosas: la luz y la perspectiva. La luz baña las habitaciones desde varios puntos, transmitiendo a la vez calidez con su paleta. La perspectiva se ve sobre todo en sus típicas baldosas del suelo, que ayudan a generar esos espacios barrocos.
Con ese dominio magistral de las líneas de perspectiva, el artista consigue un realismo brutal, y muy detallado, que sirven de excelente documentación para entender el contexto sociocultural de la sociedad holandesa del siglo XVII.
Temáticamente, el pintor siempre optó por mostrar el buen rollo de la vida familiar. Una escena aparentemente trivial como esta (una mujer dándole ese cacharro a la niña) transmite sosiego y paz. No en vano había acabado la Guerra de los Ochenta Años (1568–1648) y la tranquilidad se respiraba por fin en los hogares de la próspera Holanda.
Aunque en lo personal, Pieter de Hooch se quedaría viudo pocos años después, quedando al cuidado de varios hijos.