Mujeres muertas
Casi como una naturaleza muerta, nunca mejor dicho.
Carlo Levi sufrió en sus propias carnes el fascismo. Judío y muy de izquierdas, se convirtió en persona non grata para los matones de Mussolini.
Detenido en 1934 y otra vez en 1935, fue golpeado y después condenado al exilio en una diminuta población en Lucania, para que no difundiera perniciosos mensajes antifascistas. Aislado en el municipio de Aliano, escribió su novela Cristo se detuvo en Éboli y al menos pudo seguir pintando sus cuadros de denuncia. No pudieron callar su voz.
Cuando los nazis llegaron a Italia, se escondió para no acabar en un campo de concentración. Así pudo salvar la vida. No conoció de primera mano los horrores de los campos de la muerte, pero aún así se imaginó cómo serían esas terroríficas montañas de cadáveres. Una premonición de lo que se descubriría años después:
Cuerpos apilados, desnudos, pálidos y maltratados de mujeres anónimas. Casi como una naturaleza muerta, nunca mejor dicho. Masas de carne desprovistos de vida en los que solo se intuyen los ecos de sus gritos antes de morir y únicamente están bañados por una luz fría y neutra: la luz de la memoria.
Una imagen que ilustra un mal endémico que todavía vive la humanidad: el de las mujeres sometidas a la violencia. La montaña sigue subiendo día a día.