Notario
En efecto, Basquiat fue una especie de notario documentando y dando fe de su tiempo.
Basquiat con 22 años era ya una estrella del arte. Poco antes pintaba grafitis en los muros del Soho y mendigaba en el Low Manhattan, pero ahora las galerías de medio mundo se lo rifaban. Era el «niño radiante» que todos comparaban con Rimbaud.
Cuando empezó a ganar pasta de verdad, Basquiat comenzó a pintar vestido de Armani y salía a la calle con las salpicaduras de pintura. Fue en esa época cuando realizó esta pintura dividida en tres paneles que está llena de todo tipo de elementos simbólicos trabajando en varios niveles de significado: simbolismo popular de los Estados Unidos, argot de la calle, referencias a la historia y la mitología, juegos de palabras… Un pastiche de su cultura, que el artista veía como un lavado de cerebro hecho por instituciones.
Como suele suceder con Basquiat, el texto y los elementos figurativos se mezclan y conviven complementándose. Vemos también su característico símbolo del copyright, que no sabemos muy bien si usa como crítica, autocrítica o coherencia.
Con su inconfundible estilo, el «niño radiante» crea una obra con perfecto sentido del ritmo con frenéticos patrones, en principio aleatorios e intuitivos.
Se percibe en este tipo de obras de su etapa de mayor éxito, un palpable sentimiento de rebelión, casi agresión pictórica. Esto se amplifica con las expresivas pinceladas que llegan a ser arañazos, frotamientos, borrones, tachaduras… Parece una obra fruto de una furia espontánea, pero al mismo tiempo algo perfectamente calculado y sereno.
Como siempre, en su obra siempre hay presencia de la figura humana. Recordemos que desde que llegó a sus manos el libro de Anatomía de Gray cuando estuvo hospitalizado por el atropello de un coche, decidió dedicarse a eso del arte.