
Retrato de Manuel Osorio Manrique de Zúñiga
(1784–1792)
Pajarito seas y en mano de niño te veas.
De primeras, este cuadro nos puede recordar remotamente a Goya sólo por el outfit de la época. Un precioso conjunto rojo con fajín y zapatitos de seda natural, a juego. El cuello y mangas rematadas de un encaje finísimo de Bruselas. Lógicamente, el hijo del conde de Altamira no vestía de Shein.
No vemos la fuerza expresiva típica de sus retratos: la esencia del personaje, la ironía, el salseo. El niño de tres años (infante si, pero ya «Señor Don» como figura en la parte inferior del lienzo) parece un muñeco reborn; muy mono y realista, pero rígido.
Sin embargo, si nos fijamos en el resto de retratados, ahí sí aparece el aragonés. A los tres gatos se les salen los ojos de las órbitas. Dos tienen los ojos puestos en la urraca y el tercero, casualmente el negro, en nosotros. ¿Algún supersticioso en la sala?
La urraca, atada con un cordel, sujeta la tarjeta de visita del pintor, con su nombre y logo de artista, con todo el kit: paleta, pinceles, tiento. A la derecha, una jaulita con varios jilgueros. Los pajaritos, mascota típica de la niñez y animal muy representado, tienen una fuerte carga simbólica: lo divino, la libertad (o el cautiverio en este caso), la fragilidad. Todo ello en contraposición a los felinos, que quizás representaban el acecho de la maldad a la más tierna infancia. De hecho, el pobre Manuel moriría poco después, a los 8 años.
Pero para terminar con buen sabor de boca, me gustaría que imaginaseis cómo sería el siguiente fotograma pintado por Goya. Propongo acción y caos. La gata tricolor salta sobre la urraca. Los otros bufan erizados. La pobre urraca (RIP) no tiene tiempo de decir este pico es mío. Los jilgueros, escandalizados, revolotean chocando sus alas contra los barrotes. El niño por fin cobra vida y llora del susto. La nodriza, que bordaba tranquila, pega un respingo y corre a consolarle. Le desenreda el cordel de sus deditos. Ni rastro del gato.
¿Y Goya? Goya deja el pincel y suspira. Quizás se enciende un piti: «Esto no está pagado». Siempre visionario, se adelanta décadas y prefigura la mítica frase del cine clásico de Hollywood, atribuida a Hitchcock; «nunca trabajes con niños ni con animales».
Francisco de Goya