Salon II
Incómodas posturas y ensimismamiento.
Las fotografías en blanco y negro que conservamos de Balthus suelen retratarlo recostado, en posición de tenso reposo, envuelto en una túnica de calma reflexiva. Algunas de sus figuras abren cortinas o acogen junto a amplias ventanas empañadas la entrada de la luz. Hay espejos y lava en sus salones. Las calles de sus sutiles rectángulos muestran un significativo caos teatral mientras los exteriores de sus campiñas son sábanas para cuerpos echados en un frenesí corporal.
Las escenas que Balthus nos propone son proclives al ensimismamiento. El erotismo es una realidad que impregna el ambiente. También el estilo trascendental está ahí, presente con la misma untuosidad. Pues para Balthus, la satisfacción está en hacer una pintura religiosa, pero sin tema religioso.
Y esto queda dicho sin ironía, tras una paciente elaboración de un discurso que encuentra sentido al quedar plasmado en el lienzo, con toda la tensión, con esos seres que contendrían la respiración si nos descubrieran observándoles. Los personajes del parisino aparecen muchas veces en incómodas posturas, pero eso a ellos no parece importarles: ¿cuántas veces no hemos leído un libro con la espalda encorvada, o nos hemos derramado por la contemplación de una obra durante tanto tiempo que los hombros y los ojos se resienten, y volvemos a la vida como si hubiéramos emergido de una plegaria?
Las primeras exposiciones de Balthus sembraron el desconcierto porque eran figurativas. Molestaban porque eran «demasiado eróticas». Eran denostadas por el empleo del formal óleo. Pero allí está Fuseli, está la poesía de Miguel Ángel, la provocación de Courbet. Cautivan por su formato y dimensiones extravagantes. A pesar de nuestra intrusión, logran arrojar luz. Un cuadro como Salón II no puede ser pintado meramente por un impulso creativo, sino como fruto de la concentración y la investigación. Como resultado de un amor por la belleza, sí, y también por una unión entre la existencia terrenal y la espiritual.
En sus últimos tiempos, Balthus decía que sentía nostalgia de la belleza de otro tiempo, que en realidad su pintura habla de un mundo que ya no existe. Al elegir materiales tan finos y perdurables a la vez, es como si quisiera situarnos a la altura de alguien que siempre está situado fuera de lugar. Ensimismamiento, otra vez: esa forma de lectura en la que la retina pasa por encima de las letras pero la mente está en otro sitio y de repente nos sorprendemos en un pasaje por el que no esperábamos transitar.
Por otra parte, Balthus estaba convencido de que el hombre no tenía capacidad de creación, que únicamente podía inventar a partir de lo que ya había sido creado. Por ejemplo, él podía inventar a una persona que en mitad de un salón se pone a leer, pero no obligarla a fijar la atención en lo que leía. Podía obligarla a inclinarse y a la vez no saber lo que hay escrito en el libro. Podía hacer que sus ojos mirasen al interior de las páginas con una extenuante concentración, y al mismo tiempo mantener el misterio de lo que sucede entre la vista y las palabras.