Silla con grasa
Beuys usó en su obra la grasa, el material que le salvó la vida.
Durante su juventud Joseph Beuys fue piloto de un bombardero alemán. Sin embargo, en 1943, en un evento rocambolesco que parece sacado de El renacido de Alejandro González Iñárritu, sufrió un accidente a causa de una tormenta de nieve en Crimea. Allí fue rescatado por los tártaros, que lo envolvieron en grasa y fieltro para mantenerlo caliente y con vida.
Beuys acogió estos materiales como elementos indispensables en muchas de sus obras futuras. Fieltro, grasa, cobre a cascoporro, a mogollón, a manos llenas. Base de calor y energía para este artista alemán.
En su obra Silla de grasa se enfrenta a la concepción tradicional de «ready-made» impuesta por Duchamp, ya que no podemos utilizar esta silla para sentarnos en ella. La grasa, summum del poder calorífico y contraria a la piedra o cualquier elemento sólido relacionado con la escultura, es maleable y solamente puede tener forma durante un tiempo determinado.
Una silla de madera es un objeto común muy usado, al que Beuys ha «sentado» grasa hasta una considerable altura, modelando y alisando su superficie superior en declive desde el respaldo hasta el borde del asiento. Repite, esta vez en lo alto de la silla, la forma de cuña de sus «esquinas de grasa»: un triángulo bastante recurrente en Beuys. Pero su geometría no es rígida ni racional, sino blanda, orgánica e irracional porque moviliza nuestras percepciones conscientes. La silla representa aquí una especie de cuerpo, una anatomía humana, el área de los procesos naturales de digestión y defecación y los órganos sexuales. En alemán hay un juego de palabras implicado, ya que stuhl (silla) es una forma de decir stool (excremento).
Además, para más inri, el artista alemán añade un hilo de cobre enrollado en la parte superior del mueble, de nuevo un material fetiche vinculado con el valor calorífico y la vida.
La silla de Beuys puede considerarse como una de las creaciones que mejor definen el arte después de la Segunda Guerra Mundial.