¡Solos!
Desconsuelo atroz.
Puede que Heliodoro Guillén sea un pintor desconocido o con escasa relevancia internacional. Pero quizás ahí radique su secreto, ya que a finales del siglo XIX existe una corriente que busca ahondar en los sentimientos y en esa «literaturización» que pretendía Valle Inclán y que sustituyen a las grandes leyendas, epopeyas y mitos foráneos.
El tema de la cama mortuoria, del que no escapa ni el propio Picasso, es frecuente en la pintura social. La cama como lugar de sufrimiento, enfermedad, de postración y muerte. Prácticamente mimetizando la muerte en vida. Una mesa revestida de blanco, adornada con rosas amarillas, en la que ha estado depositado el cadáver del ser querido, arrancado de allí y dejando un enorme desconsuelo a los padres. Un duro contraste: los mayores que quedan y los jóvenes que se van.
Guillen es un pintor muy versátil técnico en el dibujo y con una gama cromática muy mediterránea e influido por las tendencias decimonónicas finiseculares que causan en él un carácter muy personalizado y un trabajo de la luz muy expresionista y vital. Así es usual sus cambios de formato desde grandes a tamaños más pequeños y en los que representa una diversidad absoluta de temas.
Con el paso del tiempo, al igual que Sorolla, buscan sobre todo esa amable sinfonía tonal, el contraluz, el aire, contactando por ello con la nueva estética que en ciertos lugares se llamará impresionista y que siempre ha perseguido la verdad.