Ai Weiwei
China, 1957
Quizás, para muchos, este señor sea conocido por su participación en la construcción del Estadio Nacional de Pekín para los Juegos Olímpicos de 2008, pero es muuucho más.
La vida de este artista está marcada desde el minuto cero de su nacimiento. Hijo de un intelectual contrario al régimen de Mao Zedong, él y su familia transitan de campo en campo de trabajo hasta que el ideólogo del Gran Salto Adelante chino estiró la pata y se fue a saltar, seguramente, al infierno
Con esta experiencia vital, Ai decide no quedarse con los brazos cruzados y, a través de su producción artística denuncia las pasadas por el forro que se dan a los derechos humanos en su país. Como él mismo asegura, de su estancia durante doce años en Estados Unidos, aprendió, no sólo a ser buen artista, sino también a ser inteligente. Weiwei tomó de Duchamp el ready made y de Warhol la seriación para, con todo ello, expresar su cabreo monumental con el régimen político chino.
Ai aprendió bien la lección americana ya que cada desaire que le hace el gobierno chino, lo transforma en un gesto mediático que le hace más fuerte. Actualmente, es uno de los artistas más influyentes, sobre todo, por su más que intensa actividad en las redes sociales. Enganchadísimo (aunque dice que lo ha dejado).
Reconocemos su obra no sólo por su contenido de denuncia política sino por su magnitud, de todo mucho. Sunflowers seeds (2010), cien millones de pipas de girasol hechas a mano; Remenbering (2009), 9.000 mochilas escolares; Baby Formula, 1.815 botes de leche polvo… todas obras de carácter colaborativo en las que el propio proceso de producción o las relaciones entre los participantes son también arte.
Su padre, Ai Qing, escribió, en 1979, acerca de la muralla china: Incluso si fuera mil veces más alta, más ancha y más larga ¿Podría bloquear las nubes, el viento, la lluvia o el crepúsculo?.
Una declaración de intenciones en toda regla.