
Boda
Cosas campestres y jocosas.
A finales del XVIII, en los mejores palacios madrileños las paredes estaban tan desnudas que existía una gran demanda para llenarlas de tapices bordados con escenas de todo tipo. Y al igual que la moda les decía a los nobles que había que vestirse de majos, por algún motivo a esta «aristocracia castiza» le gustaba colgar telas que representaran escenas contemporáneas del pueblo llano, con motivos festivos y desenfadados. Era como una especie de idealización de las clases bajas, a lo mejor para poder decir que conocían a su pueblo, o quizás para reírse un poco de esas gentes y sus costumbres.
Para Goya fue una liberación poder dedicarse a estas escenas costumbristas, ya que si una cosa le gustaba a Francisco era la cultura popular, como podemos ver en sus cartones para tapices.
Goya retrató al populacho con sus hábitos, sus costumbres, sus vicios y sus momentos de ocio, al modo de un antropólogo que observa de primera mano a animales sociales. Y esa fauna madrileña le sirve para retratar, caricaturizar e incluso denunciar, lo que iba más allá de anodinas decoraciones para darle vida a los más triviales salones de los palacios.
Esta obra era en teoría para decorar el despacho de Carlos IV, que pidió que le hiciera algo «de cosas campestres y jocosas», pero Goya le metió esta escena nupcial que —como no— esconde mucho más:
Bajo un puente de piedra vemos una boda entre una joven muy guapa y un hombre muy feo, pero muy rico. Los padres de ella lo aprueban, sus amigas sonríen con cierta envidia y todos, hasta el cura, parecen reírse de la situación.
Esta y otras obras son explicadas en mi libro «Francisco de Goya: El tiempo también pinta».
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Bueno, perdón por el burdo spam...
¡Gracias!
Miguel Calvo Santos