El pelele
El hombre como marioneta.
Antes de convertirse en pintor de cámara, Goya ya realizó un extenso encargo dedicado a la monarquía, los conocidos como cartones. Se trataba de pinturas (óleos sobre tela) que servían exclusivamente de plantillas. Cuando Goya las terminaba, estas iban a parar a la Real Fábrica de Tapices, donde, copiando el diseño, las pinturas se reproducían en tapices, que usaban como decoración en las estancias de los palacios.
Por tanto, estas pinturas no estaban pensadas para ser vistas, tan sólo eran un intermediario para la creación de los tapices, y a pesar de ello se han conservado todas curiosamente.
Este es uno de los cartones más populares de dicho encargo, El Pelele, pintura con un paisaje de tonos suaves en el cual cuatro muchachas (disfrazadas de majas, con las ropas típicas de los bajos fondos durante la época) mantean, es decir, con la ayuda de una manta o sábana lanzan repetidamente hacia arriba a un muñeco por el que esta obra recibe su título: efectivamente, ese es el pelele, un muñeco de trapo y aspecto andrógino.
Se trataba de un juego que se llevaba a cabo habitualmente en fiestas, como despedidas de soltera por ejemplo, o en los carnavales. Era un pasatiempo de origen popular, que más adelante acogió con gusto la ociosa aristocracia.
Aunque parezca un juego inocente o un simple divertimento, el mensaje que pretendía lanzar era una burla hacia los hombres, a los que algunas mujeres de fuerte carácter e intelecto eran capaces de dominar y manipular a su antojo, de ahí el pelele: el hombre como marioneta.
Goya experimentó con este mismo tema, muchos años más tarde, con sus grabados en la serie Disparates, en un estilo muy distinto a la primera versión, porque, como bien sabemos, si algo caracteriza el arte de Goya, es su evolución y cambio constante.
Irónicamente, el tapiz resultante de esta pintura acaba colgado nada menos que en el despacho de Carlos IV. Conociendo la historia (dejando caer los nombres de María Luisa de Parma y Godoy) ¿podríamos hablar de un rey pelele?